13 de março de 2012

Realtà e intelletto

“ll primo atto dell’intelletto è afferrare la realtà in atto e l’atto della realtà: uno entra nell’altro.”

Cornelio Fabro, CSS

11 de março de 2012

La unidad religiosa, encrucijada de la teología y de la política

Texto completo aquí.

«A lo largo de la historia, los españoles siempre tuvimos a honra la preservación de nuestra Unidad religiosa católica, desde que la juró Recaredo en el III Concilio de Toledo -año 589- hasta la ley todavía cercana de 1968 (que, como consecuencia del II Concilio Vaticano, proclamó la “libertad religiosa”) y más propiamente hasta la vigente Constitución laica de 1978, con la sola excepción de los cinco años de la II República. Incluso las Constituciones liberales del siglo pasado, por más que afirmasen como origen del poder el propio pacto constitucional, establecían la Unidad religiosa y la confesionalidad católica del Estado como punto primero de esa convención. Es decir, el Rey y las leyes reconocieron siempre a la religión católica como religión oficial, y los cultos públicos, la enseñanza y las costumbres se regularon dentro de los supuestos básicos de la fe católica.
Los sucesivos centenarios de aquel concilio toledano fueron siempre celebrados como una gloria nacional, símbolo de fidelidad y de paz espiritual. Distinto será el caso en este centenario, el decimocuarto. Ya no se recordará como el origen gozoso de algo vigente, sino, por vez primera, como algo pretérito, superado. Tampoco las autoridades lo conmemorarán -si es que lo conmemoran- como un bien pasado, añorable, sino, todo lo más, como una situación “cultural” que tuvo su razón de ser en otras épocas, pero que ha sido ya sustituida por nuevas formas de convivencia civil y religiosa “pluralistas”, “laicas” o “humanistas”.
[…]
[P] arece preciso aclarar previamente lo que entendemos por unidad religiosa. La unidad religiosa y la confesionalidad del Estado no suponen imponer a nadie una fe religiosa (lo que es moral y físicamente imposible) ni menos, su práctica. Ni siquiera prohibir el culto privado de otras religiones. Supone, sí, que las leyes se atengan a una moral inmutable cuyo cimiento religioso se hallará, en último término, en los Mandamientos de la ley de Dios. Y que el Estado profesará y protegerá la religión católica como única exteriorizable públicamente.
[…]
Pero esto, además de un deber religioso, es para el hombre una necesidad práctica en el orden político: si la vida social y las leyes dejan de apoyarse en unos principios inmutables para convertirse en opinión y sufragio, todo queda sometido a discusión, y el desorden moral y civil crece hasta hacerse incontenible. Como aconteció a los romanos en su última decadencia, llega un momento en que la sociedad no soporta ni sus males ni sus remedios.
No puede subsistir, en efecto, un gobierno estable que no se asiente en lo que se ha llamado una “ortodoxia pública”. Es decir, un punto de referencia que permita apelar a un criterio superior de autoridad y obligatoriedad, base de las instituciones, las leyes, las sentencias. Y un consenso ambiental -más o menos consciente- sobre las normas de conducta y los valores vigentes en esa sociedad, normas que trasciendan la mera voluntad humana o la utilidad pública. Al igual que toda civilización histórica se ha formado siempre en torno a una vivencia religiosa (piénsese en la Cristiandad o en el Islam), el gobierno de los hombres ha de poseer una referencia última a ese cimiento religioso o sacral. Cuando éste falta o se niega -como en la democracia moderna- se cae en el puro positivismo legal, y se vive de lo que quede de fe ambiental en las conciencias, en las familias y en las costumbres. Cuando nada queda ya todo se hace incierto y discutible y la sociedad se desmorona. La pérdida de una unidad religiosa es el origen de la actual disolución -más o menos rápida- de las nacionalidades y civilizaciones.
[…]
Cuando se establece la democracia moderna como sistema y se acepta la “libertad religiosa” (y el consecuente laicismo de Estado) resulta ya imposible mandar o prohibir cosa alguna. ¿En nombre de qué se preservará en una tal sociedad el matrimonio monógamo e indisoluble? ¿Bajo qué titulo se prohibirá el aborto, la eutanasia o el suicidio? ¿Qué se podrá oponer al nudismo, a la objeción de conciencia militar, a las drogas o a la promiscuidad de las comunas? Bastará con que el afectado por el mandato o la prohibición apele a una religión cualquiera -incluso inventada o individual- que autorice tal práctica o la prohiba. ¿Qué límite podrá poner el Estado a esa libertad religiosa si se la supone basada en “el derecho de la persona”.
Quien desee divorciarse o vivir en poligamia no tendrá sino declararse adepto a múltiples religiones orientales o al Islam o a los mormones. Quien desee practicar la eutanasia o inducir al suicidio, podrá declararse sintoísta. El que quiera practicar el nudismo público alegará su adscripción a la religión de los bantúes, y los objetores al servicio militar buscarán su apoyo en los Testigos de Jehová. En fin, los que vivan en promiscuidad o se droguen hallarán un recurso en los antiguos cultos dionisiacos o báquicos. La inviabilidad última de cualquier gobierno humano (que no recurra simplemente al voluntarismo y la fuerza) se hace así patente. la “libertad religiosa” es, por su misma esencia, la muerte de toda autoridad y gobierno.
Mientras esto llega -y está a la vista en el horizonte histórico- la religión verdadera pierde rápidamente audiencia al verse privada del apoyo de las leyes y las costumbres, al ser relegada a la condición de una opción entre mil, y enfrentada al estallido de las pasiones. Y otras religiones -sobre todo las ocultistas e hinduistas- ocupan en el corazón de los hombres el puesto que ha dejado, por su propia abdicación, la religión de sus padres y de su civilización.
De donde se deduce que ni una religiosidad ambiental o popular puede subsistir sin el apoyo de una sociedad religiosamente constituida, ni el poder público puede ejercerse con autoridad y estabilidad si se prescinde de una instancia superior, religiosa, de común aceptación.»

Rafael Gambra (1989)

7 de março de 2012

Distributismo prático em acção

Na Grécia, através da aproximação entre produtores e consumidores, exemplificada na venda directa de batatas ao público que os agricultores helénicos iniciaram recentemente, com a consequente eliminação de intermediários. Ler aqui e aqui.

4 de março de 2012

Da aplicação do distributismo nas sociedades contemporâneas

Deixo abaixo mais um importante artigo de Juan Manuel de Prada, onde se analisa a viabilidade da aplicação do distributismo nas sociedades contemporâneas, transcrito com a devida vénia do “Religion en Libertad” e originalmente publicado no semanário católico madrileno “Alfa y Omega”.

***

Hilaire Belloc y G.K. Chesterton consideraron siempre que el capitalismo era la gran plaga que impedía la floración de una sociedad auténticamente cristiana, por haber introducido la competencia en las relaciones conyugales, desarraigado al hombre de su tierra y nublado las virtudes de nuestros mayores, convirtiendo a los seres humanos en máquinas al servicio de la producción. «El capitalismo -escribiría Belloc- constituye una calamidad no porque defienda el derecho legal a la propiedad, sino porque representa, por su propia naturaleza, el empleo de ese derecho legal para beneficio de unos pocos privilegiados contra un número mucho mayor de hombres que, aunque libres y ciudadanos en igualdad de condiciones, carecen de toda base económica propia».

En la grandiosa encíclica Rerum novarum (1891), de León XIII, en la que se condenan las condiciones oprobiosas, lindantes con la esclavitud, en las que vivía una muchedumbre infinita de proletarios, hallarían Chesterton y Belloc el aliento para impulsar, en compañía de Arthur Penty y el padre Vincent McNabb, un nueva doctrina económica, alternativa al capitalismo y al socialismo, cuyo fin último es promover el Reinado Social de Cristo.

El distributismo se funda en las instituciones de la familia y la propiedad, pilares básicos de un recto orden de la sociedad humana; no cualquier familia, desde luego, sino la familia católica comprometida en la procreación y fortalecida por vínculos solidarios indestructibles. Tampoco cualquier propiedad, y mucho menos la propiedad concentrada del capitalismo, sino una propiedad equitativamente distribuida que permita a cada familia ser dueña de su hogar y de sus medios de producción. El trabajo, de este modo, deja de ser alienante y se convierte en un fin en sí mismo; y el trabajador, al ser también propietario, recupera el amor por la obra bien hecha, y vuelve a mirar a Dios, al principio de cada jornada, con gratitud y sentido de lo sagrado, santificando de veras sus quehaceres cotidianos.

Por supuesto, la sociedad distributista preconizada por Chesterton y sus amigos se rige por el principio de subsidiariedad y por la virtud teologal de la caridad, que antepone el bien común al lucro personal. Se trataría de lograr que cada familia cuente con los medios necesarios para su subsistencia, bien mediante la producción propia, bien mediante el comercio con otras familias o comunidades de familias, con las que se asociará para realizar obras públicas y garantizar la educación cristiana y el aprendizaje de los oficios para sus hijos.

Los gremios vuelven a ser, en la sociedad distributista, elemento fundamental en la organización del trabajo.

El distributismo no postula una sociedad de individuos iguales, empachados de una libertad que acaba destruyendo los vínculos comunitarios, sino una sociedad verdaderamente fraterna, regida por los principios de dignidad y jerarquía, en la que mucho más que el bienestar importa el bien-ser.

Algunos la juzgarán una sociedad utópica; yo la juzgo perfectamente realizable, en un tiempo como el presente, en que el capitalismo financiero y el llamado cínicamente Estado social de Derecho se tambalean, heridos de muerte. Sólo hacen falta católicos radicales e intrépidos, con poco que perder (el soborno del mundo) y mucho que ganar (la vida eterna).

Juan Manuel de Prada

1 de março de 2012

As duas democracias


O título deste artigo remete directamente para o livro do ilustre autor católico tradicional francês Jean Madiran, “Les Deux Démocraties”, cuja tradução do original francês para língua espanhola - “Las Dos Democracias” - publicada pela Editorial Iction, de Buenos Aires, no já distante ano de 1980, pude ler pouco depois de haver descoberto a tradição católica.

Em tão notável trabalho, Madiran abana violentamente um dos bezerros de ouro mais intocáveis do mundo moderno, ou seja, a democracia, analisando-a à luz do pensamento católico tradicional. De acordo com este último, aquela é apenas uma das formas de regime através dos quais uma sociedade se pode organizar politicamente, mas não a única possível ou legítima para o efeito.

De facto, a legitimidade de um regime político não se afere pela mera lei da quantidade ou do número de votos obtidos num acto eleitoral - as mais das vezes condicionado pela força do dinheiro, pervertido pela intervenção de discretos lóbis e subtis grupos de pressão, e, enfim, subvertido pelos fazedores de opinião publicada -, mas pela conformidade da sua praxis com a lei divina revelada e, consequentemente, com a lei moral natural, ambas precedendo a lei humana positiva, que com aquelas duas se deve conformar.

Desta maneira, a democracia, se entendida no sentido clássico (ateniense ou suíço) do termo, isto é, tão-só como a escolha directa dos governantes pelos governados, desde que limitada por aquelas realidades que lhe são superiores - a lei divina revelada e a lei moral -, é uma das formas de governo admitidas pela doutrina católica tradicional, conjuntamente com a monarquia e a aristocracia. E independentemente da forma concreta que cada sociedade em dado momento da sua evolução histórica adopte, todas elas estão subordinadas a uma doutrina única que lhes é comum, prévia e superior, pois existe um só e só um ensinamento universalmente verdadeiro sobre realidades tão específicas como a família, a propriedade, a justiça, o bem e o mal.

Pelo contrário, a democracia liberal moderna, nascida da convulsão revolucionária de 1789, idolatrizando a vontade ilimitada do homem, a qual é erigida em estalão único de legitimidade política e sem quaisquer barreiras que se lhe possam eficazmente opor (os limites constitucionais são uma mera ficção, passíveis de revisão a qualquer momento, submetidos que estão também àquela vontade ilimitada), vem a constituir afinal uma efectiva ditadura do relativismo ético-moral, uma opressão da verdade e, na sua forma mais pura e radical, um totalitarismo niilista que não hesita - nada paradoxalmente, ao contrário do que é costume supor-se - em eliminar todos os que com ele não se conformam, como o comprova à saciedade a História dos últimos duzentos anos, se lida com olhos de ler.

Como é evidente, esta segunda forma de democracia não só não merece o mínimo assentimento do pensamento doutrinário católico tradicional, como na sua forma extrema é por ele expressamente condenado.

Assim, na Encíclica "Quanta Cura", o Beato Pio IX ensina expressamente que "(…) não é verdade que a vontade do povo, expressada através da opinião pública ou por qualquer outro modo, constitua a lei suprema, independente de todo o direito divino ou humano", ensinamento este que é confirmado e reafirmado de forma magistral por São Pio X, na Encíclica “Notre Charge Apostolique”, autêntica condenação “avant la lettre” daquilo que posteriormente se convencionou chamar de “progressismo cristão”.

Do Chesterton de língua espanhola - O que é a religião modernista?


De um dos meus livros preferidos do Chesterton de língua espanhola, como lhe chama Juan Manuel de Prada, “Los Papeles de Benjamin Benavides”, deixo abaixo uma das mais bem elaboradas definições da religião modernista que alguma vez encontrei. Sublinhe-se que neste livro extraordinariamente bem escrito, com edição original de 1954 e de leitura simplicíssima como é próprio das verdadeiras obras-primas, o Padre Leonardo Castellani analisa aprofundadamente aquele que foi o seu tema de estudo favorito ao longo da sua vida - o Apocalipse de São João. Num conjunto de diálogos que o narrador, o jornalista argentino Delrey, alter-ego do autor, trava com um rabino sefardita convertido ao Catolicismo, Don Benya ou Benjamin Benavides, Castellani sustenta de modo muitíssimo convincente ser o Apocalipse um livro simultaneamente retrospectivo e prospectivo, no qual é narrada e/ou prevista toda a História da Igreja até ao final dos tempos, que serão consumados com a segunda vinda de Cristo à Terra. Por ora, cinjamo-nos à definição da religião modernista feita por “Don Benya”.

***

"- Qué es el modernismo - pregunté yo.

El judío se rascó la cabeza. Parecía agotado.

- No se puede definir brevemente - dijo con voz plañidera-. Es una cosa que era y no es y que será; y cuando sea, durará poco. Técnicamente los teólogos llaman "modernismo" a la
herejía aparentemente complicada y difícil que condenó el Papa Pio X en la Encíclica Pascendi; pero esa herejía no es más que el núcleo explícito y pedantesco de un impalpable y omnipresente espíritu que permea el mundo de hoy. Su origen histórico fué el filosofismo del siglo XVIII, en el cual con certero ojo el P. Lacunza vio la herejía del Anticristo, la última herejía, la más radical y perfecta de todas. Desde entonces acá ha revestido diversas formas, pero el fondo es el mismo, dice siempre lo mismo:

Cuá cuá - cantaba la rana
cuá cuá - debajo del río.

- Y qué dice?

- Cualquiera interpreta lo que dice una rana! - dijo riendo el rabí - es más un ruido que una palabra. Pero es ruido mágico, arrebatador, demoníaco, lleno de "signos y prodigios"... Atrae, aduerme, entontece, emborracha, exalta.

- Pero al menos así aproximado, a bulto;... Ánimo, Don Benya, non se achique!

- El "cuá - cuá" del liberalismo es "libertad, libertad, libertad"; el "cuá - cuá" del comunismo es "justicia social"; el "cuá - cuá" del modernismo, de donde nacieron los otros y los reunirá un día, podríamos asignarle éste: "Paraíso en Tierra"; Dios es el Hombre; el hombre es dios".

- Y la "democracia"? - pregunté yo.

- Es el coro de las tres juntas: democracia política, democracia social y democracia religiosa:

Demó - cantaba la rana
Crácia - debajo del río.

- Y la democracia cristiana? - le dije sonriendo.

- Nunca he entendido del todo lo que entienden los entendidos por ese compuesto, aunque entiendo que se puede entender por él varias cosas buenas - barbotó él -, a saber: "amor del pueblo", "representación popular", "participación de todos en lo político", o simplemente "gobierno bueno" - gruñó el judío-. Con este mixto no me meto; con el simple me meto yo, con el simple! Con la canción de la rana, que significa un régimen político religiosamente salvífico y por tanto necesario y hasta obligatorio para todos los pueblos "núbiles" que decía Víctor Hugo. Lo cual es una simpleza. Y una herejía definitiva contra el vero salvador, contra "el único nombre que puede salvar al hombre", que dijo San Pedro. "las nuevas herejías ponen el hacha no en las ramas sino en la misma raíz" - dijo Pio X en la encíclica Pascendi.

- Pero herejías siempre las ha habido, y algunas muy extremadas y perversas... por qué estas tres de ahora han de ser las Tres Ranas o Demonios; y no quizás otras tres cualesquieras... por ejemplo, otras tres que surjan en el futuro de aquí a mil años, pongamos por ejemplo?

- Eche años! - dice el hebreo con "rictus"-. No, estas son las tres primeras herejías con efecto político y alcance universal; y son las tres ultimas herejías, porque no se puede ir más allá en materia de falsificación del cristianismo. Son literalmente los "pseucristos" que predijo el Salvador. En el fondo de ellas late la "abominación de la desolación"...

- Qué es la "abominación de la desolación"? Tengo entendido que los Santos Padres entienden por esa expresión semítica la idolatría...

- La peor idolatría. Pues en el fondo del "modernismo" está latente la idolatría más execrable, la apostasía perfecta, la adoración del hombre en lugar de Dios; y éso bajo formas cristianas y aún manteniendo tal vez el armazón exterior de la Iglesia".