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19 de fevereiro de 2012

Contra a instrumentalização do trabalho

Aqui fica mais um interessantíssimo artigo de Juan Manuel de Prada, originalmente publicado no "Religión en Libertad", em apoio de um dos pontos mais caros à Doutrina Social da Igreja - o da defesa da dignidade do trabalho contra a sua instrumentalização em mero factor de produção.

***

Hace casi un siglo, Chesterton, analizando la obra de Aldous Huxley Un mundo feliz, donde se nos describe una sociedad futura sometida a un feroz proceso de alienación, escribía:

—Pero esta misma obra se está realizando en nuestro mundo. Son gente de otra clase quienes la llevan a cabo, en una conspiración de cobardes. (...) Nunca se dirá lo suficiente que lo que ha destruido a la familia en el mundo moderno ha sido el capitalismo. Sin duda podría haberlo hecho el comunismo, si hubiera tenido una oportunidad fuera de esa tierra salvaje y semimongólica en la que florece actualmente. Pero, en cuanto a lo que nos concierne, lo que ha destruido hogares, alentado divorcios y tratado las viejas virtudes domésticas cada vez con mayor deprecio, han sido la época y el poder del capitalismo. Es el capitalismo el que ha provocado una lucha moral y una competencia comercial entre los sexos; el que ha destruido la influencia de los padres a favor de la del empresario; el que ha sacado a los hombres de sus casas a la busca de trabajo; el que los ha forzado a vivir cerca de sus fábricas o de sus empresas en lugar de hacerlo cerca de sus familias; el que ha alentado por razones comerciales un desfile de publicidad y chillonas novedades que es por naturaleza la muerte de todo lo que nuestras madres y nuestros padres llamaban dignidad y modestia.

Chesterton definía el capitalismo como una «conspiración de cobardes», porque tal proceso de alienación social no lo desarrolla a las bravas, al modo del gélido cientifismo comunista, sino envolviéndolo en coartadas justificativas más o menos merengosas (pero con un parejo desprecio de la dignidad humana). Lo vemos en estos días, en los que se nos trata de convencer de que una reforma laboral que limita las garantías que asisten al trabajador en caso de despido o negociación de sus condiciones laborales... ¡favorece la contratación! Es algo tan ilógico (o cínicamente perverso) como afirmar que el divorcio exprés favorece el matrimonio, o que la retirada de vallas favorece la propiedad; pero el martilleo de la propaganda y la ofuscación ideológica pueden lograr que tales insensateces sean aceptadas como dogmas económicos. Lo que tal reforma laboral favorece es la conversión del trabajador en un instrumento del que se puede prescindir fácilmente, para ser sustituido por otro que esté dispuesto a trabajar —a modo de pieza de recambio más rentable— en condiciones más indignas, a cambio de un salario más miserable. Pero toda afirmación ilógica encierra una perversión cínica: del mismo modo que de un divorcio se pueden sacar dos matrimonios, de un despido también se pueden sacar dos puestos de trabajo (y hasta tres o cuatro); basta con desnaturalizar y rebajar la dignidad de la relación laboral que se ha roto, sustituyéndola por dos (y hasta tres o cuatro) relaciones degradadas, en las que el trabajador es defraudado en su jornal. Y defraudar al trabajador en su jornal es un pecado que clama al cielo; lo recordaba todavía Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens.

Lo que subyace en esta reforma laboral es la conversión del trabajo en un mero «instrumento de producción»; en donde se quiebra el principio medular de la justicia social, que establece que «el trabajo es siempre causa eficiente primaria, mientras el capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o causa instrumental» (Laborem exercens, 12). La quiebra del orden social del trabajo, la «conspiración de los cobardes» que avizorase Chesterton hace casi un siglo, prosigue implacable sus estrategias. Y llegará, más pronto que tarde, la venganza del cielo.

Juan Manuel de Prada

1 de setembro de 2011

O Burguês

A Causa da incredulidade do burguês deve procurar-se precisamente na discordância entre a vida cristã a vida burguesa, entre o homem velho e o homem novo.
Como há-de acreditar ainda em mistérios, em lendas, em milagres, se todo o seu esforço deve tender para eliminar tudo o que houver de irracional na sua vida? Como há-de admitir ainda a Divina Providência e convencer-se de que a vontade de Deus regula tudo, se a confiança nas suas próprias forças e a previsão raciocinada constituem os motivos em que se inspiram todos os seus juízos.
Groethuysen

1 de julho de 2011

La Libertad del Polvo


Esa Economía había dicho que el trabajo era una mercancía que se regulaba, como las demás, por la ley de la oferta y del pedido, y la Economía social católica contesta: No; el trabajo, como ejercicio de la actividad de una persona, no es una simple fuerza mecánica, es una obra humana que, como todas, debe ser regulada por la ley moral y jurídica, que está por encima de todas las reglas económicas.

Esa Economía había dicho que el contrato de trabajo era asunto exclusivamente privado, que sólo interesaba a los contratantes; y la Economía católica contesta: No; el contrato de trabajo es directamente social por sus resultados, que pueden trascender al orden público y social; y la jerarquía de los poderes de la sociedad, y no sólo del Estado, que es el más alto, pero no el único, tienen en ciertos casos el deber de regularlo.

La Economía liberal había dicho que el principal problema era el de la producción de la riqueza, y la Economía católica contesta: No; el principal problema no consiste en producir mucho, sino en repartirlo bien, y por eso la producción es un medio y la repartición equitativa un fin, y es invertir el orden subordinar el fin al medio, en vez del medio al fin.

La Economía liberal decía: Existen leyes económicas naturales, como la de la oferta y la demanda, que, no interviniendo el Estado a alterarlas, producen por sí mismas la armonía de todos los intereses. La Economía social católica contesta: No existen leyes naturales que imperen en el orden económico a semejanza de las que rigen el mundo material, porque el orden económico, como todo el que se refiere al hombre, está subordinado al moral, que no se cumple fatal, sino libremente, y no se pueden armonizar los intereses si antes no se armonizan las pasiones que los impulsan; y no es tampoco una ley natural la de la oferta y el pedido, porque ni siquiera es ley, ya que es una relación permanentemente variable.

La Economía liberal decía: La libertad económica es la panacea de todos los males, y la libre concurrencia debe ser la ley suprema del orden económico. Y la Economía social católica contesta: No; el circo de la libre concurrencia, donde luchan los atletas con los anémicos, es el combate en donde perecen los débiles aplastados por los fuertes; y para que esa contienda no sea injusta, es necesario que luchen los combatientes con armas proporcionadas, y para eso es preciso que no estén los individuos dispersos y disgregados, sino unidos y agrupados en corporaciones y en la clase, que sean como sus ciudadelas y murallas protectoras, porque, si no, la fuerza de unos y el poder del Estado los aplasta.

La antigua Economía liberal decía, refiriéndose al Estado en sus relaciones con el orden económico: Dejad hacer, dejad pasar. Y la Economía católica contesta: No; esa regla no se ha practicado jamás en la Historia. Los mismos que la proclamaron no la han practicado nunca; y es un error frecuente el creerlo así, en que han incurrido muchos, y entre ellos sabios publicistas católicos, por no haber reparado que la antigua sociedad cristiana estaba organizada espontáneamente y no por el Estado. Aquella sociedad había establecido su orden económico, y no a priori y conforme a un plan idealista, sino según sus necesidades y sus condiciones; y cuando el individualismo se encontró con una sociedad organizada conforme a unos principios contrarios a los suyos fue cuando proclamó la tesis de que no era lícito intervenir en el orden económico. Lo que era precisamente para derribar el que existía, por medio de una intervención negativa, que consistía en romper uno a uno todos los vínculos de la jerarquía de clases y corporaciones que lenta y trabajosamente habían ido levantando las centurias y las generaciones creyentes. Porque ¿qué intervención mayor cabe que romper una a una todas las articulaciones del cuerpo social y disgregarle y reducirle a átomos dispersos, para darle, a pesar suyo, la libertad del polvo, a fin de que se moviese en todas direcciones según los vientos que soplasen en la cumbre del Estado?

La Economía liberal decía... pero ¿a qué continuar, señores, si habría que recorrer todas sus afirmaciones y teorías para demostrar que sólo han dejado tras de sí, al caer sepultadas por la crítica, los escombros sociales entre los cuales corre amenazadora como un río de odio, que será después de lágrimas y de sangre, al través de todas las sociedades modernas, la que se llama por antonomasia la cuestión social, engendrada principalmente por la Economía liberal, que fue la pesadilla del siglo XIX y que es la premisa de las catástrofes el siglo XX?

OBRAS COMPLETAS DE VÁZQUEZ DE MELLA . Regionalismo. Tomo I.

10 de maio de 2011

Ideias Distributistas

“A Distributist View of the Global Economic Crisis”: A Report

“The winner in all this,” I continued, “will be the Servile State: Hilaire Belloc’s label for a system where monopoly capitalists, financiers, and government bureaucrats merge into an entity practising state capitalism. Under its terms the capitalists and bankers gain order and protection of their wealth and property while property-less workers receive welfare benefits specifically tied to their wage labor, such as unemployment insurance, which provides security but also confirms their servile status. For his part, Chesterton called this arrangemnent a ‘Business Government’ which, he said, ‘will combine everything that is bad in all the plans for a better world…. There will be nothing left but a loathsome thing called Social Service.” The balance of my talk included examples of the Servile State at work in America, Russia, and China. It also explored the curious new subjegation of women found– most remarkably– in Scandinavia, where the Business Government has essentially socialized “women’s work”: “women find servility in their strange, new, functional marriage to the state.”

“Servile World: How ‘The Big Business Government,’ ‘The Loathsome Thing Called Social Service,’ and Other Distrubutist Nightmares All Came True

At a still more troubling level, there is evidence that shifts in federal housing policy were actually coming to favor family break-up. In brief, by 1970 most married-couple American families with children were in their own homes. To keep up housing demand, regulators subtly shifted mortgage subsidies away from intact traditional families toward “underserved,” “non-traditional,” “non-family” households: single persons; sole-mother households; unmarried couples; the divorced. In fact, two analysts showed that as early as 1980, the American population was “diffusing itself” into a still expanding housing supply; the number of housing units was growing at nearly twice the rate of population increase. Put more bluntly, the new availability of subsidized mortgages for the non-married actually appears to have encouraged divorce and other forms of modern post-family living.[7] In a manner that Chesterton would have deplored, lawmakers and regulators had stripped American housing policy of normative content. No longer family-centric, with a special focus on the needs of children, it would now be “neutral” as to lifestyle. In practice, these changes blended the U.S. mortgage market together with certain emerging social pathologies and unstable speculation to create a precarious system: again, a problem already evident to some observers as early as 30 years ago. The wonder is that the contradictions in this system took nearly three decades to work themselves out as part of the current crisis.

4 de maio de 2011

Hoppe, Monarquia, Democracia, Livre-Mercado e Moral


While Hoppe is correct about the political sources of mass social democracy, he may be overly indulgent when he looks at the role of the market. Granting that the free market is preferable to an economy run by the friends of John Judis does not mean that commercial activities bear no blame for the greed and moral degeneracy in our society. An economy that arouses ceaseless material desire complements and reinforces a polity that increases its power by promising material gratification. As observed by the now deceased intellectual historian Panajotis Kondylis, consumer capitalism is the economic counterpart of welfare state democracy. Both stand in stark opposition to the bourgeois Denkform of the nineteenth century , which stressed family and social order and the maintenance of taste and decorum. Hoppe’s reduction to the “free market ” of what its critics call “turbocapitalism,” a globalized corporate capitalism that obliterates regional and cultural distinctions and tries to arouse the same appetites everywhere, is not convincing.
What Hoppe is defendingmay sometimes be the lesser of two evils; but the pursuers of that lesser evil are usually ranged on the anti-traditional side of social and moral questions.
Hoppe can (and will) respond that at least on the European continent palpable alliances do exist between the critics of multiculturalisma and Euro-bureaucracy on the one hand and the defenders of a market economy on the other. Such examples, which abound on what the Western media call “ the extreme Right,” would include the Lega Nord in Italy, the Alliance of the Democratic Center in Switzerland, the Vkzarns Blok in Belgium, the various factions of the Front National in France , and the Oesterreichische Freiheitliche Partei in Austria. Though not every one of these anti-immigration and culturally traditionalist parties has represented consistently free market positions, all of them have attacked centralized administration and have been open to ideas about privatization and deregulation. Hoppe, moreover, has been affiliated with more than one of them as an advisor. It is also possible, as we learn from his book, to make a libertarian argument against immigration and in favor of a culturally stable society. If one conceives of human communities as a collection of property owners authorized to establish their own rules about who should be allowed to enter their property, then it follows that these owners should be able to exclude unwanted aliens . One might also invoke the quintessentially Lockean position, now being revived by Northern Italian separatists, that those who are members of the social contract have a right to keep others out. Membership in civil society does not require one to reach out for new members, particularly if the ensuing demographic shift is perceived as harmful to present members of the community.

30 de abril de 2011

Dia do Trabalhador e as falácias da modernidade

O Dia do Trabalhador hoje é mais um anacronismo histórico como qualquer outro. O "trabalhador" de hoje já não é mais o operário que pretende ver seu número de horas reduzido para oito, tais como os da longínqua revolta de Haymarket, mas sim um "colaborador" que, pelo contrário, precisa de trabalhar o máximo de horas possível para poder manter a cabeça à tona de água. Depois há os restantes: uma "fidalguia" de parasitas que vai desde os beneficiários do RSI e subsídios afins até à classe dirigente com altas prebendas e honorários pagos pelo Erário. Pelo meio, sobraram alguns privilegiados que conseguiram seu ingresso em empresas públicas e administração estatal, os quais caíram nas boas graças dos sindicatos devido ao seu poder de paralisação.
Os "colaboradores" não são mais do que "metecos" que pagam com seus impostos todas as desventuras da democracia de Abril, no caso português. Um pouco por todo o lado, todos eles são isentos de consciência de classe, porque desde logo foram desenraizados e taxados de "burgueses" e "classe média", sem poder reivindicativo nem representação política ou cívica, vão-se aguentando mal ou bem, seja a título de "profissionais liberais" ou "trabalhadores por conta d'outrém" ou "prestadores de serviços".
Desde cedo, capitalismo e socialismo se aperceberam dos "monstros" de proletarização que criaram e dos problemas subsequentes. Os problemas e respectivas consequências agradaram e alimentaram o Socialismo e seus aparelhos: sindicatos, partidos comunistas, associações progressistas disto e daquilo e daqueloutro. As "soluções" provisórias agradaram ao Capitalismo, pois estas passaram pelo fortalecimento da banca e seus subordinados que, com injecções de capital, iam "resolvendo" as alhadas criadas pelo "monstro" proletário e pelas guerras internas e externas que entretanto, inevitavelmente, surgiram.
Neste contexto, todas as alternativas foram sabotadas. Instituições que tentaram criar uma ética para a pocilga, criar regras ao regabofe e empreendimentos de origem cooperativa foram atacados e torpedeados por ambos os lados beneficiários do sistema: socialistas, por um lado, mais seu exército de escravos; capitalistas, por outro, e respectivo núcleo execrável de usurários, vendedores de dinheiro sedentos de miséria e de vício para ter maior encaixe para seus "financiamentos" e aplicações financeiras de intrujice.
Com alguma facilidade, os biltres, hoje, riem-se das Encíclicas papais, suspirando de alívio pela pouca divulgação e atenção que estas tiveram. Uns apelam à selva guiada pela "Mão Invisível" e outros o regresso e/ou fortalecimento de um aparelho estatal que garanta centralizar toda a riqueza e produtividade gerada e assim alimentar o Leviatão com toda a pompa e em toda a circunstância.
Como a mentira não pode durar para sempre, o "sistema" está a dar o estouro - colapso financeiro dos inventores de ratings e de taxas de juro e o desaparecimento de recursos para alimentar uma população envelhecida e não produtiva, cujas causas se prendem nas invenções do progressismo, destruidor da família e da Vida Humana. Socialismo e capitalismo serão recordados pelas gerações futuras -se as houver - como os rostos da decadência da raça humana e a pior fase da sua História. 

27 de abril de 2011

Now a child is the very sign and sacrament of personal freedom. He is a fresh free will added to the wills of the world; he is something that his parents have freely chosen to produce and which they freely agree to protect. They can feel that any amusement he gives (which is often considerable) really comes from him and from them, and from nobody else. He has been born without the intervention of any master or lord. He is a creation and a contribution; he is their own creative contribution to creation. He is also a much more beautiful, wonderful, amusing and astonishing thing than any of the stale stories or jingling jazz tunes turned out by the machines. When men no longer feel that he is so, they have lost the appreciation of primary things, and therefore all sense of proportion about the world. People who prefer the mechanical pleasures, to such a miracle, are jaded and enslaved. They are preferring the very dregs of life to the first fountains of life. They are preferring the last, crooked, indirect, borrowed, repeated and exhausted things of our dying Capitalist civilisation, to the reality which is the only rejuvenation of all civilisation. It is they who are hugging the chains of their old slavery; it is the child who is ready for the new world.

- The Well and the Shallows (1935).

26 de abril de 2011

Uma série de perguntas sinceríssimas para os austro-libertarianos.

Para quem acompanha o debate distributista/austro-libertariano a partir do banco e fora das quatro linhas, inquiro-me, logo-logo ao princípio, sobre o axioma dos alunos de Mises. Pode a 'liberdade' (de mercado e não tão-somente) ser um primeiro princípio absoluto? Por definição meramente lexical, não pode. É-se livre apenas quanto a algo (e como vivemos num universo de causas e efeitos e checks-and-balances, ficamos dependentes de outro algo ao libertarmo-nos). Logo, é um termo relativo.

No mínimo, redunda em question-begging. Liberdade, pois, quanto a quê ou a quem? Dirão, se estou certo, que falamos da liberdade quanto ao Estado ou a qualquer outro organismo de regulamentação da economia. Ficamos, assim, com uma anarquia de mercado, em que a sacralidade da propriedade privada é, no fim, o único imperativo, tornando-se na solitária directiva da lei positiva e minárquica do austro-libertariano.

Todavia, sem Estado e sem aparelho judicial ou policial centralizados, impõe-se a dúvida sobre como agir se essa propriedade privada for violada. Quem ditará o que constituirá a agressão e quem aplicará qual pena? Dependerá de cada suserano capitalista e dos seus vassalos voluntaristas constituí-la e decretá-la? Poderá ser moral a execução de um servo que se atreva sobre as maçãs da gleba? E se não, porquê e sob qual tábua de valores?

Antevejo o segundo-emendismo americano que tanto abunda entre anarco-capitalistas; porém, isso não responde ao que fazer se uma possível agressão, suponhamos, nacional e massificada, vinda de fora por certo país que ainda viva no paradigma colectivista - que acaba por ser todo aquele que não o imaginado por Rothbard - munido de um exército não-privado, mas estatal, concentrado, hegemónico. Parece-me um salto de convicção kierkegaardiana demasiado fideísta o confiar-se de que todos esses monopolistas com alta segurança privada a seu dispor se coligassem numa erupção espontânea de subsidiaridade e solidariedade para combater o invasor. Pelo menos não aconteceu assim no tempo dos Founding Fathers. Assim que a pirataria na costa americana encetou, logo uma marinha foi prontamente comprada, constituída e - pecado dos pecados! - federalizada.

A minha especulação leviatânica vale o que vale e decerto que poderia ser muito mais abreviada. O que tento saber é como ultrapassar o aparente oxímoro axiomático de quem escolhe o seu primeiro princípio ideológico na liberdade de mercado (In pricipio erat Mises...). Pois ao eliminar toda a autoridade legal e qualquer padrão unívoco que proteja o livre-mercado parece-me que se extingue todo o consenso concreto moral que o afirme e defenda e que condene quem o negue. Ou seja, absolutizando o austro-libertarianismo corre-se o sério perigo de se aniquilar o austro-libertarianismo.

A Degeneração Moral e o Distributismo


The bourgeoisie cannot exist without constantly revolutionizing the instruments of production, and thereby the relations of production, and with them the whole relations of society. … Constant revolutionizing of production, uninterrupted disturbance of all social conditions, everlasting uncertainty and agitation distinguish the bourgeois epoch from all earlier ones. All fixed, fast-frozen relations, with their train of ancient and venerable prejudices and opinions, are swept away, all new-formed ones become antiquated before they can ossify. All that is solid melts into air, all that is holy is profaned …
Marx

Neste post ficamos a saber que o RBR não deixou de se sentir menos indivíduo depois de trabalhar numa multi-nacional. Ora, isto para um individualista é o mínimo requisito necessário. um indivíduo continua a ser um indivíduo tanto numa sociedade capitalista como numa socialista: a diferença é que na primeira tem direita a primeiro e a último nome, na segunda atribui-se-lhe dois ou mais dígitos. A sua esfera de originalidade passa, depois disso, por algumas peculiaridades: no capitalismo é também consumidor, além de indivíduo, no socialismo é também indivíduo, além de consumidor.

Onde impera o personalismo católico queremos pessoas, não indivíduos.

A principal inovação do capitalismo foi inventar a guerra de classes. Isto começou obviamente devido à sua inerente fixação pelo lucro: só consigo recordar as palavras de Ortega y Gasset quando diz que não existem classes sociais (diferenciadas pela riqueza e posses), mas somente classes de pessoas (de acordo com as suas capacidades e a sua ética). A mesma burguesia que destruiu a metafísica e trocou-a pela moeda, tornou-a no instrumento de adulação social. O homem não resiste sem religião, e o sucesso económico parece funcionar tão bem para os macacos depilados como a Redenção, infelizmente.

Assim sendo, todos os valores sociais que não se mantêm num ambiente de puro materialismo, e as suas criações - a Família Patriarcal, a Comunidade Religiosa e Espiritual, a Terra e a Pátria - não resistem. Aquilo que nos torna Pessoas - a convenção social, o dever altruístico - desaparece lentamente para ser trocado pelas aberrações do Estado Moderno: o Estado-Nação, o Nacionalismo Étnico, a Democracia de Massas, a Sociedade de Consumo, o Estado-Providência, etc. Tudo é servido ao Homem em unidades maciças que o despersonificam. O homem torna-se num indivíduo, só perante o Estado. Esta mediocridade de homem, este semi-letrado arrogante que não goza de 20% da liberdade do seu antepassado de há seiscentos anos atrás, tem a barriga cheia e as vacinas em dia. Que bom. Quando as tem.

Belloc nunca fala em impossibilidade de harmonia social. Em parte alguma se contabiliza ou se procura definir o limite de empregados por uma empresa. Não interessava ao distributista uma empresa com um milhão de empregados - interessa o estatuto desses empregados. Interessa a mudança que o estatuto de operário sofreu do século XVIII para o XIX. Aquilo que o Corcunda escreve aqui é a impossibilidade de essa harmonia social acontecer num cenário de capitalismo puro. Aquilo que os austríacos insistem em provar é a capacidade de prover necessidades, entre ambas partes de um contrato, no momento da definição do contrato livre. É a falta de pensamento a longo prazo que eles não têm.

Se a vontade é o elemento preponderante num contrato, e um homem pode contratualizar sobre o mesmo bem várias vezes na sua vida, quem nos diz qual das suas vontades deve ser atendida, senão a limitação do livre-arbítrio? O que terá mais validade, um casamento em primeiras núpcias ou um em segundas? No caso de falência do dito, quem deve beneficiar dos seus bens? E se este, munido de uma completa liberdade anarco-capitalista, resolve deserdar os herdeiros do primeiro casamento, deve ficar tudo para os herdeiros frutos da segunda manifestação de vontade? Mas não foram os primeiros filhos uma consequência óbvia de um Vontade do falecido, e essa Vontade não criou expectativas na outra Parte e nos frutos dessa União? E não merece a expectativa das Partes ser protegida?

Qual é o austríaco/libertário que nos pode contabilizar a importância de Vontade que um homem insere em cada contrato, já que o Estado é para ir pró galheiro?? Porque é que não há juristas entre os austríacos? Ou contadores de vontades?
Penso que, no mínimo, contadores de vontades deviam ser outras das exigências para o Estado Mínimo do Mises.org. É que é exactamente este aprofundamento teórico que torna o texto do Corcunda impossível para a retórica economicista.
Enquanto quisermos continuar a acreditar numa natural coordenação de Vontades - o elemento hobbesiano da Escola austríaca - o libertarianismo continuará a chocar com o livre-arbítrio que diz defender. Basta complexificar um poucos as situações sociais que não aparecem nos manuais de economia para perceber que a Human Action de von Mises é de uma petulância arrogante.

25 de abril de 2011

Compreender as transformações no Status Quo - Distributismo e Trabalho Assalariado

Gosto muito que o Rui Botelho Rodrigues goste muito de mim - isto é amizade viril, logo não tem mal nenhum que se fale desta maneira.
Penso que o Rui, no entanto, tem uma noção muito pouco correcta sobre o que será o Distributismo - por isso é que neste texto o Rui usa uma dialética muito gira: os distributistas são os defensores da preguiça, esses católicos cínicos maníacos com a pobreza (e aparentemente esquecidos do pecado da preguiça), e os capitalistas são os John Galt que puxam a máquina do mundo com o seu investimento privado. Não é, no entanto, de admirar. A escola austríaca é pródiga na teoria económica aplicada a todos as coisas, desde a filosofia ao catolicismo e passando, se possível, pela gastronomia.
O texto do Rui pode ser desmontado argumento por argumento:
- Os distributistas não advogam o retorno à sociedade feudal, mas somente a uma sociedade acapitalista. Existem ainda várias outras formas de vínculo social que não consistem apenas na obtenção do máximo lucro;
- A existência de acumulação de capitais na Idade Média comprova tanto a existência de um pensamento capitalista na mesma como a existência de cooperativas e outras entidades acapitalistas nesta Era comprova o contrário;
Mais um dos problemas imaginários do distributismo não é, Rui, o facto de a população ter crescido e já não haver espaço para dar a todas as famílias um quintal. A verdade é que tal seria possível, e caberia toda a população mundial no estado do Texas, pelo que diz a Overpopulation is a Myth (ver vídeo, 1:02). No entanto, o tema reveste-se de uma problemática social: desde o século XIX não só assistimos à total desprotecção dos pequenos proprietários dos abusos dos mais poderosos, como ao uso do Estado pela parte da burguesia para criar uma população de proletários dispostos a trabalhar a preços baixos. Não nos chateia haver gente com mais comida: chateia-nos ver que as sociedades se afundam sob a ameaça da carestia porque as pessoas não controlam minimamente o seu acesso à alimentação. As pequenas propriedades eram insuficientes para alimentar famílias, dizem os "historiadores" austríacos dos tempos pré-Revolução Industrial - com certeza, mas proliferavam os mercados regionais e a cooperação entre famílias. Querem saber o que mais aumentou com o bum populacional da era capitalista? A prostituição,as doenças venéreas, os divórcios, a morosidade da justiça, as guerras mundiais/totais, a democracia de massas, a vulgarização da religião e da cultura. É incrível que os austríacos usem apenas os critérios materialistas que lhes apetece na sua argumentação. No entanto, connosco não há tretas.

E é neste momento que vemos a peça mais preciosa do edifício argumentativo de RBR: ao contrapor ao "imobilismo" distributista as inovações do espírito capitalista, RBR enumera conquistas... patrocinadas pelos Estados. A criação de vacinas, a Internet, o crescimento da população, computadores, tudo conquistas deste tempo em que o capitalista, para remover todo o tipo de riscos ao seu investimento, usa o Estado. E é aqui que todo o edifício austríaco rui tão desassombradamente como ruiu Cartago, caro Rui: são consideravelmente mais numerosas as inovações feitas através do Estado, directa e indirectamente, nestes últimos dois séculos, do que nos tempos acapitalistas, onde de facto a iniciativa privada era incontestavelmente mais activa que o Estado. Vacinas, Internet, etc. são tudo coisas muito bonitas que só vieram tão rapidamente ao domínio público porque surgiu um enorme investidor, o último investidor capaz de investir a fundo perdido - O Estado.

A criação da mentalidade capitalista preconizada pela escola austríaca está intimamente ligada à criação do Estado Moderno. Os austríacos usam a mesma estrutura filosófica - a rejeição da metafísica, o individualismo metodológico, a Felicidade como resultado da harmonia de Vontades - mas rejeitam o que vem a seguir: o Homem-Massa, o burguês, a manipulação da opinião pública. Explicar a um austríaco que o seu capitalismo é o pai do mesmo socialismo contra quem eles lutam é como procurar ensinar um lobotómico a bater palmas. É o problema de usar dois filósofos medíocres como Rothbard e von Mises (excelentes economistas, no entanto) como fundamento de uma opinião sobre a máquina do Mundo.

Teria muita pena de não falar com o Rui pela Internet, como é claro. No entanto, com os mesmos propósitos da Internet criou-se a Bomba Atómica: será que está para breve o desaparecimento de RBR da blogosfera?

19 de abril de 2011

O Contrato Voluntário

No Pasquim

Numa sociedade meramente voluntária, onde não existe um momento constitucional com aceitação de princípios superiores às expressões de vontade dos indivíduos, mas a formação de vários contratos associativos, tudo vale, não existindo princípios de justiça que sobrevêm à sucessão de contratos e a vontade de ambos fôr a única forma vinculativa, existe a possibilidade de destruir a condição da outra parte para dessa forma conseguir obter termos mais vantajosos para o próprio. Onde não existam princípios de justiça superiores e que precedam o acordo entre as partes, a própria existência do outro enquanto realidade política pode ser discutida. O não-reconhecimento de outros seres humanos como possuidores de direitos políticos não só é uma questão meramente voluntária e individual (liberdade de consciência), como até uma possibilidade remota. Se a própria formação da associação política prevê a possibilidade de negar a humanidade a outras pessoas e a agir em conformidade, fazendo um contrato de desigualdade gritante (a troca de um pão ou de um direito de passagem por um terreno pelo trabalho de uma vida), toda a loucura é permitida.
Defender, porém, o inverso, ou seja, que todos têm a possibilidade de retirar dos contratos por acto da sua vontade, é destruir qualquer possibilidade de vida em comum entre as pessoas, valendo qualquer contrato o mesmo que nada. Mas e o credor não tem o direito de pedir a restituição daquilo que foi dado?
É por isso que o liberalismo tem como problema essencial a aceitação obrigatória dos pressupostos que permitem a liberdade (inviolabilidade da propriedade). E por isso que o princípio da auto-determinação que Rousseau postulou como forma de oposição ao liberalismo é incompatível com todas as formas de propriedade liberal. Marx percebeu isso muito bem. Pelos vistos os liberais não.

15 de abril de 2011

Distributismo na Blogosfera


O gosto ou deleite é o sentimento que brota da alma, quando contemplamos o belo, o qual é objecto de estudo da estética.
Amor é o apetite que nasce dentro de nós, sempre que se vê o bem. Chama-se ética a ciência que analisa este atributo.
O êxtase é o arrebatamento que vivemos de cada vez que a nossa inteligência alcança a verdade. Cumpre à ontologia defini-la.
A verdade, a bondade e a beleza do Ser têm um carácter de universalidade e de necessidade absolutas e são, por isso, perfeitamente objectivas. Só se captam se virmos o Ser na sua unidade transcendente.
A unidade do Ser provoca no nosso espírito uma sensação de equilíbrio, dá-lhe a justa proporção das coisas. Quando esta harmonia se rompe e nos esquecemos que o Ser possui determinada multiplicidade (contra o que afirma o racionalismo), ao mesmo tempo que apresenta certa unidade (o que é negado pelo empirismo), torna-se inútil buscar o que ele tem de verdadeiro, de bom e de belo. Com efeito, quer o empirismo, quer o racionalismo são incapazes, isoladamente, de perscrutar, por forma satisfatória, os deslumbrantes horizontes da metafísica.
Os princípios de identidade, de causalidade e de finalidade, que reflectem os atributos transcendentais do Ser, estes primeiros princípios metafísicos encerram, como se verá melhor, a condenação dos sistemas económicos dos tempos modernos. Há quem prescreva, como remédio para este mal que se arrasta, parecendo que se eterniza, aquilo que designam por terceira via e que mais não é do que a confusão do sincretismo. Quanto a mim, só na tradição se acha resposta adequada a este candente problema. E não falo em tradição por nos devolver um modelo que precedeu socialismo e capitalismo: isso atirava-nos para os braços do conservadorismo, que nunca deixa de ser grosseiro uma vez que é relativo. Eu remeto para a tradição, porque ela transporta, in se, a carga preciosa dos valores ônticos que se impõem ao nosso entendimento e ao nosso querer.
É sobre esta base que importa reconstruir o edifício económico, tão danificado por sucessivos abalos. Essa tarefa repousa em pontos muito inequívocos.
Analisemos pois o fenómeno, segundo os ditames da Tradição:

Donde provém a riqueza? --- Dos bens existentes e do trabalho realizado pelo homem. Falhando um destes elementos, não há riqueza.
A natureza, tal como o homem a encontra e em cujo processo de transformação não interveio nem intervém, constitui a causa material extrínseca da riqueza; o trabalho é a sua causa formal; o produto deste trabalho utilizado para novas transformações dá-nos a sua causa instrumental eficiente; o sujeito, que trabalha, tem a nobilíssima dignidade que cabe a toda a causa eficiente principal; e o bem-estar material do homem, ordenado à sua perfeição espiritual, proporciona a causa final.
A causa material extrínseca e a causa instrumental eficiente preenchem o conceito vulgarmente designado por capital. Mas porque não se pode precindir de nenhuma das causas acima enunciadas sob pena de não termos riqueza --- a própria causa final tem de se fazer sentir, mesmo desvirtuada, visto que «omne agens agit propter finem» (1) ---, somos forçados a concluir que capital e trabalho são indispensáveis na produção de qualquer bem económico, sem nunca esquecer a altíssima condição de quem é seu agente: a pessoa humana, categoria máxima de toda a realidade que aqui tratamos.
Pondo de parte o homem e o trabalho por ele desenvolvido, assim como o aspecto teleológico da produção de bens económicos, os outros factores de riqueza --- e que, em si mesmos, já são riqueza --- constituem aquilo a que se chama património.

O património é a face estática da riqueza. Esta, no seu aspecto dinâmico, toma o nome de rendimento.

O rendimento assume quatro modalidades: salário, quando é a remuneração da actividade exercida pelo trabalhador; juro, se é contrapartida daquilo que o capitalista investe; renda, quando corresponde a valores económicos na raiz de cujo desenvolvimento se situa a propriedade sobre imóveis; lucro, se é a paga dos bens devidos ao empresário, no meio da incerteza que este suporta. Todos estes agentes --- trabalhador, capitalista, proprietário ou empresário --- todos eles (e convém não perder de conta que nada impede a reunião, na mesma pessoa, de mais de uma daquelas qualidades), todos, sem excepção, impulsionam as mudanças que se dão no circuito económico e, por esse facto, merecem ser compensados através de créditos.
Para um juízo ético sobre tais formas de enriquecimento, é indiferente a distinção. Não há necessariamente qualquer desordem nelas: todas são legítimas desde que se observe uma correcta proporção entre aquilo que se presta e o que se acumula; e qualquer delas é imoral, se esse equilíbrio se desfaz.
Exposto isto, detenhamo-nos um pouco mais sobre o laço que une capital e trabalho:

A sua união é tão estreita que não conseguem existir um sem o outro. O insuspeito Marx não duvidava reconhecer que «o trabalho não é a única fonte (...) da riqueza material» (2) e logo, invocando William Petty, acrescentava que «o homem é o pai dessa riqueza e a terra é a mãe» (3). Noutro lugar da mesma obra, afirma que é impossível «produzir botas sem cabedal» (4) e que «(...) hoje, como no primeiro dia da sua aparição na cena do mundo, o homem é obrigado a consumir antes de produzir e enquanto produzir.» (5)

O trabalho, isolado do capital, é como o escultor que nada cria, porque o separaram da pedra bruta, da qual devia sair, com vida, a estátua sonhada. Por outro lado, de que serviria o capital, se não desse frutos? E como daria frutos, sem uma aplicação? E para quê aplicá-lo, se não fosse trabalhado?

É pois o trabalho que dá forma ao capital, mas, sem este, o trabalho também não teria onde actuar. Cindir trabalho e capital é o pecado ontológico levado ao campo da economia. No domínio do pensamento, a ruptura da unidade do Ser provocou os erros do empirismo e do racionalismo, correntes que se perfilam numa relação de antagonismo, sem encontrar remédio por mais que o procurem, porque cada uma delas está amputada do que a outra tem.

Em economia, essa quebra de harmonia trouxe-nos as falácias do capitalismo, a que se opuseram as utopias socialistas.Nenhum destes modelos se pode oferecer como solução alternativa. As promessas de salvação, como as apregoam, são de realização impossível. Ambos se revelam incapazes de brindar os povos com a felicidade que anunciam. A estrutura de um e de outro padece de um gravíssimo vício de origem --- a já assinalada falta de unidade ontológica.
Este duelo há-de prosseguir enquanto os filósofos voltarem costas á lição perene da escolástica e os políticos ignorarem o exemplo das corporações medievais, experiência que mereceu os mais rasgados elogios a próceres do comunismo, que não ocultaram as excelências daquele sistema laboral (6). O confronto só acabará quando se operar a integração do elemento formal no elemento material da realidade económica.

Regressamos, assim, ao ponto de partida: a riqueza é o produto do capital informado pelo trabalho. A sua distribuição, portanto, tem de passar por estes dois factores e contemplar todos os agentes económicos envolvidos no ciclo da sua produção.
"As coisas são de quem nelas trabalha", tornou-se num estribilho que não é invulgar ouvir no grémio socialista. Esta ideia constitui mesmo um dos pilares da sua doutrina. É uma sentença que encerra alguma verdade. Porém, tal como está enunciada, deixa a impressão de que só quem trabalha é dono das coisas que trazem a marca do seu esforço activo.

De qualquer modo, a frase citada é frequentemente proferida. Bastante defeituosamente, mas é. Ao menos, seria razoável esperar uma atitude de coerência por parte dos seus autores. Mas nem isso acontece. Quando a gente conta que eles surjam a censurar as mais-valias, repudiem heranças, recusem doações, enfim, virem costas a todo o tipo de liberalidades, é vê-los cada vez mais sôfregos de bens que não derivam de trabalho por eles realizado. Agarram-se gulosamente à riqueza que vai ter com eles e para cuja produção não mexeram um dedo; e negam-se a repartir lucros por todos quantos interferem na génese dos proventos que lhes tocam. Impávidos na teoria económica que soltam das suas bocas enganosas, não vêem consequências de maior por afirmar que as coisas são de quem nelas trabalha, pois, nisto de dividir, o quociente nem sempre é o mesmo --- quando chega a altura só os privilegiados aparecem no divisor.
Não lhes chamemos poços de ganância. É uma injustiça! Eles são os novos franciscanos. Não estão famintos de dinheiro: o que têm é que os seus hábitos de vida traduzem um estilo novo de entender a grandiosa ascese escondida na regra humilde do poverello de Assis.
Por banda do capitalismo, assiste-se ao culto da liberdade de mercado. Mas a liberdade, de que falam, é a que permite o triunfo saído de um jogo de forças, que se chocam dentro do maior relativismo de valores e em condições muito próximas, pela sua correspondência e pelo que têm de equivalente, às vividas na lei da selva.

Os descamisados, que o liberalismo económico gera, vão engrossando as fileiras do exército de reserva industrial, um dos pontos de apoio da estratégia marxista que, naqueles deserdados da fortuna, cheios de revolta tantas vezes justa, descobriu uma força difícil de parar, da qual se serviu para a concretização dos seus propósitos.
Uns e outros --- socialistas e capitalistas --- idolatram, com o mesmo fervor, o metal luzente. No socialismo, temos um regime penitenciário, onde, debaixo da ameaça do chicote, se anda por caminhos previamente definidos e só por aí. O capitalismo, aparentemente, dá outra soltura até que o assalariado percebe que tem de aceitar as condições de trabalho oferecidas, sob pena de nem isso conseguir e morrer à míngua de sustento. A sujeição é de diferente espécie, mas é do mesmo grau --- viola brutalmente os direitos da pessoa humana.

Desenganemo-nos: só se avançará na justiça social com o regresso à ordem tradicional, porque é a única que está de acordo com a natureza das coisas!


Joaquim Maria Cymbron
________________________________
S.Tomás de Aquino --- Summa Theologica I, q. 44, a. 4.
Karl Marx --- O Capital, I, Delfos, 7.ª ed., p. 21.
Ib.
Op.cit., p. 103.
Ib.
Karl Marx: «As leis das corporações da Idade Média impediam metodicamente a transformação do mestre em capitalista, limitando por éditos rigorosos o emprego de artífices que não pertencessem ao seu ofício. A corporação guardava-se igualmente com um zelo ciumento de toda a incursão do capital comercial (...). O comerciante só era suportado a título de retalhista, podia comprar todo o tipo de mercadoria, exceptuando o trabalho. Quando circunstâncias exteriores necessitavam de uma progressiva divisão do trabalho, as corporações existentes subdividiam-se (...) ou então formavam-se novas corporações ao lado das antigas, sem que ofícios diferentes fossem reunidos na mesma oficina. A organização corporativa excluía portanto a divisão manufactureira do trabalho, embora desenvolvesse as suas condições de existência, isolando e aperfeiçoando os ofícios. Em geral, o operário e os seus meios de produção ficavam soldados um ao outro como o caracol à sua casca.» (Op.cit., p.225). Mais adiante, lê-se: «(...) o aparecimento do capitalista apresenta-se como resultado de uma luta vitoriosa contra o poder senhorial com as suas prerrogativas revoltantes, e contra o regime corporativo com os entraves que punha ao livre desenvolvimento da produção e à livre exploração do homem pelo homem.» (Ib., p.443). Continuando, diz aquele autor: «A classe assalariada, que surgiu na última metade do século XIV não formava então, como no século seguinte, mais do que uma pequena parte da população. A sua posição estava fortemente protegida, nos campos, pelos camponeses independentes, na cidade pelo regime corporativo dos ofícios. (...). Uma grande parte do produto nacional, transformada mais tarde em fundo de acumulação capitalista, entrava ainda então no fundo de consumo do trabalhador.» (Ib., p.459). Já no ano de 1848, Marx anunciara que os proletários «tentam recuperar pela força a posição perdida do artesão da Idade Média.» (MANIFESTO DO PARTIDO COMUNISTA, Publicações Nova Aurora, Lisboa, 1976, p.53). Posteriormente, o seu indefectível amigo e companheiro na fundação do socialismo científico, vem depor como segue: «A indústria do artesanato medieval, local e corporativo, impossibilitava a existência de grandes capitalistas e de operários assalariados por toda a vida, tal como os cria, necessariamente, a grande indústria moderna, o actual desenvolvimento do crédito e a evolução correspondente das formas de troca, a saber: a livre concorrência.» (ANTI-DÜHRING, Edições Afrodite, 2.ª ed., p.185).

JMC

PUBLICADA POR JOAQUIM M.ª CYMBRON

13 de abril de 2011

Sexo, Propriedade, Marxismo, Capitalismo. -- por GK Chesterton

Na linguagem torpe, insonsa, desarticulada e desconcertada a que muita da discussão moderna se acha reduzida, é imperativo afirmar que vemos em voga aquela mesma falácia que é aplicada aos tópicos do sexo e da propriedade. Naquela linguagem mais arcaica e desinibida na qual os homens podiam falar e cantar, parece mais cândido se afirmar que o mesmo espírito ruim se precipita contra as duas grandes bênçãos que nos presenteiam com a poesia da vida: o amor pela mulher e o amor pela terra. É importante observar, de início, que ambas estas coisas estavam intimamente associadas desde que a humanidade é humana - e até quando era pagã. Deveras, estavam estreitamente associadas, mesmo quando se tratava da mais decadente macumbaria. Porém, nem tanto a pestilência dum paganismo decadente fôra tão má como o odor de um cristianismo decadente. Assim é a decadência do que há de mais puro!

Havia, por exemplo, durante toda a Antiguidade, nos seus momentos primeiros e últimos, formas de idolatria e iconolatria das quais os homens cristãos dificilmente eram capazes de relatar: "Que não sejam [esses pagãos] sequer contados entre vós!". Os homens se perdiam na simples sexualidade duma mitologia do sexo; organizavam a prostituição como um sacerdócio, para o serviço dos seus templos; fizeram da pornografia a sua única lírica; parodiaram emblemas que quase tornavam a sua arquitectura numa espécie de frio e colossal exibicionismo. Muitos livros eruditos foram redigidos em todas estas seitas fálicas; e bem podeis prescrutar os seus detalhes, que pouco me importa. Mas o que me interessa é isto: que de certa fora, todo este pecado antigo era infinda e imesuravelmente mais nobre que o pecado moderno. Todos seus estudiosos concordam pelo menos num ponto: de que era o culto da fertilidade. Era, infelizmente, comummente aglotinada com o culto da fertilidade da terra. Porém, estava, pelo menos, do lado da natureza. Estava - concedamos - do lado da vida. Fôra deixado para os derradeiros cristãos, ou melhor, para os primeiros cristãos inteiramente comprometidos a blasfemar e a renegar o cristianismo, a invenção uma nova forma de veneração do sexo, que nem chega a ser uma veneração da vida. Foi incumbido aos derradeiríssimos modernistas proclamar uma religião erótica que, duma vez só, exalta a luxúria, mas proíbe a fertilidade. O novo paganismo merece literalmente a desfeita de Swinburne, no seu luto pelo velho paganismo, pois "não eleva o dote requintado e não estende já o banquete paternal". Os novos sacerdotes abolem a paternidade e guardam o banquete para si mesmos. São piores que os pagãos de Swinburne. Os sacerdotes de Príapo e Cotito mais facilmente alcançam o Reino dos Céus que aqueles.

É natural que esta separação desnaturada entre o sexo e a fertilidade que até mesmo os pagãos teriam por perversão se tenha feito acompanhar com uma separação e uma perversão semelhantes da natureza do amor à terra. Em ambos os contextos a falácia é a mesma; de que é muito verosímil a sua defesa. A razão por que os nossos compatriotas contemporâneos não compreendem quando lhes dizemos que o que entendemos por 'propriedade' é a de que eles apenas a têm por dinheiro; no sentido de 'salário'; no sentido de algo que é imediatamente consumido, gozado e gasto; algo que lhes confere prazer momentâneo e desaparece. Não compreendem o que entendemos por 'propriedade' algo que inclui esse prazer, por incidência; mas que começa e finda com algo mais exímio e digno e criativo. O homem que planta um pomar onde havia outrora um mato e decide quem o há-de herdar, também aprecia o sabor de maçãs; e, esperemos nós, também o sabor da cidra. Porém, ele faz algo de muito mais gratificante que tão-somente comer uma maçã. Ele impõe a sua vontade no mundo segundo o regulamento que foi dado pela vontade de Deus; ele afirma que a sua alma a si lhe pertence e não ao Departamento de Inspecção da Pomicultura, ou o Monopólio do Comércio da Maçã. Mas ele também faz algo que estava implícito em todas as religiões antigas da terra; naqueles grandes panoramas rurais e rituais que seguiam a sucessão sazonal na China e na Babilónia; ele venera a fertilidade do mundo. Agora a noção de reduzir a propriedade ao mero fruir do dinheiro é idêntica à noção de reduzir o amor ao simples gozo do sexo. Em ambos os casos, um prazer acidental, isolado, servil e até secreto é preterido a uma participação no grande processo criativo; até mesmo na grande criação do mundo.

E diga-se que duas coisas podem ser observadas lado a lado no sistema da Rússia bolchevique, porque o comunismo é o único modelo cabal e lógico do capitalismo. A primeira, já se admitiu, é a de todo o sistema se direccionava para o encorajamento ou coação do trabalhador para o gastar do seu salário; para que nada houvesse a pagar no seguinte fim de mês; para que de tudo gozasse e tudo consumisse e nada desperdiçasse; em suma, para que se aterrorizasse com a ideia de cometer um só crime em particular: o crime de economizar. Fôra uma extravagância domesticável; uma negligência disciplinada; uma prodigalidade humilde e submissa. No tempo em que o escravo cessava de esbanjar todo o seu ganho, em que começou a esconder e armazenar alguma propriedade, ele começava a economizar algo que, em última instância, compraria a sua liberdade. Poderia começar a contar como alguém perante o Estado; isto é, ele poderia tornar-se menos escravo e em algo mais parecido com um cidadão. Moralmente considerado, nada houve de mais daninho que esta generosidade bolchevique.

Mas que fique entendido que é o mesmo espírito e tom que grassa na forma com que se vem a lidar com a outra questão. O sexo é para ser apreendido pelo escravo apenas como gozo, para que nunca lhe confira poder. É imperativo que ele saiba o menos possível, ou que pelo menos pense o mínimo que seja capaz sobre o prazer, senão outra coisa que não o ser um gozo; de pensar ou saber de nada sobre donde vem ou para onde vai, desde o momento em que a ferramenta de lavoura lhe passa pelas próprias mãos. Ele não deve incomodar ninguém ao questionar sobre a sua origem dentro do propósito de Deus ou das suas sequelas na posteridade do homem. Em todo e qualquer contexto, ele não se deve afirmar um proprietário, mas apenas um consumidor; ainda que seja um consumidor dos elementos mais primários, como a vida e fogo, no quanto estes são consumíveis, pois ele não deve ter uma qualquer noção da Sarça Ardente, essa que arde e não é consumida. Pois tal sarça só cresce do solo, na terra real que os seres humanos podem apropriar; e o lugar onde eles se encontram de pé é terra santa.

E assim, há uma paralelo exacto entre as duas ideias modernas - sejam morais ou imorais - do que entende por reforma social. O mundo esqueceu-se simultaneamente que a criação de uma quinta é algo de muito maior que a criação de lucro, ou até de um produto, no sentido da apreciação do açúcar de plantio; e que a fundação duma família é algo muito maior que o sexo, como se vê limitado na acepção que vemos na literatura contemporânea; que foi reatada numa só pincelada através de um só verso de George Meredith: "E comamos o nosso pote de mel no sepulcro".

(Trad. do bloguer)

5 de abril de 2011

O mercado e os falsos amigos

O mercado livre é incompatível não apenas com o controlo central socialista, mas também com o controlo dos grandes grupos banqueiros que manietam a liberdade da iniciativa privada e viciam os dados que deviam ser lançados pelo mérito e empreendedorismo.

believe that banking institutions are more dangerous to our liberties than standing armies. If the American people ever allow private banks to control the issue of their currency, first by inflation, then by deflation, the banks and corporations that will grow up around [the banks] will deprive the people of all property until their children wake-up homeless on the continent their fathers conquered. The issuing power should be taken from the banks and restored to the people, to whom it properly belongs.
Thomas Jeferson (1743 - 1826) 

4 de abril de 2011

thus the formation of modern capitalism was promoted.

During the Middle Ages only the Jews were permitted to take interest. St. Thomas Aquinas agreed with Aristotle that taking of interest was usury and the Church acted accordingly. The lender, however, was permitted to take compensation for the gain he would forego, the loss he would encounter, the risk he would run, or whatever other external title their might be. But the Reformers, who either thought that they had to liberate a suffering humanity from the shackles of a terrorizing Church or believed that they had to give some compensations in return for their own brutal regimentation, permitted the charging of interest; thus the formation of modern capitalism was promoted.

Francis Stuart Campbell, The Menace of the Herd

Concorrência - visão histórica

O que é o Distributismo?
Por Thomas Storck
"Na Idade Média as corporações profissionais, exemplo perfeito das instituições católicas, frequentemente limitavam a quantidade de propriedade que cada dono/trabalhador podia ter (por exemplo, limitando o número de empregados), precisamente no interesse de evitar que alguém expandisse demasiado o seu negócio levando outros à falência. Porque se a propriedade privada tem um objectivo, como Aristóteles e São Tomás diriam, ele é assegurar que cada homem e a sua família possam levar uma vida digna, servindo a sociedade. Uma vida digna, e não duas ou três. Se o meu negócio me permite sustentar-me a mim e à minha família, então que direito tenho de o expandir, privando outros do meio de se sustentarem e às suas famílias? Pois os medievais viam aqueles que se dedicavam à mesma actividade, não como rivais ou competidores, mas como irmãos empenhados no importante trabalho de providenciar ao público bens e serviços necessários. E como irmãos uniam-se nas corporações, tinham padres para rezarem pelos seus mortos, apoiavam as viúvas e órfãos, e de modo geral olhavam pelo bem-estar uns dos outros. Quem é que não é capaz de admitir que esta concepção de sistema económico é mais conforme à fé Católica do que a ética selvagem do capitalismo?"
Se hoje em dia não podemos ter uma visão tão limitada do empreendedorismo, quem nos diz que boas soluções não podem ser retiradas deste esquema? Numa sociedade em que as profissões se protegessem, seria necessário dotar o cidadão da responsabilidade de se abrigar no seio da sua corporação profissional ou prosseguir desassociado dela, plenamente consciente dos seus riscos. Cidadãos conscientes e responsáveis, autonomia e espírito de comunidade - em vez da acção cruel do Estado Social, engolindo tudo à sua passagem e escravizando trabalhadores e empresários à sua passagem.