22 de janeiro de 2012

Matizando el concepto de Europa

Fuente: ¿Qué es el Carlismo? Elías de Tejada y Espínola, F., Gambra Ciudad, R. y Puy Muñoz, F. Escelicer (Madrid), 1971. 20-22.

España y Europa
Muchos intérpretes de la historia de España han juzgado que nuestra condición es la de europeos. ¿Motivos? Simples, pero eficaces. Quizá el deseo de eludir problemas acogiéndose a banderas sugestivas en un momento dado. Quizá la pura visión geográfica superficial, que sitúa a la Península Ibérica en el extremo sud-occidental de la Península Europea. No importa mucho. Pero sí importa, y muchísimo, el que quienes así opinaron no cayeron en la cuenta de que cuando se habla de Europa se alude a un concepto cultural que juega al equívoco con el otro concepto, el geográfico, del cual sólo se destaca cuando en vez de decirse “Europa”, se dice “lo europeo”.
El valor cultural “lo europeo”, diferente de la denominación geográfica simple “Europa”, nació, según una interpretación muy extendida (Cfr. por ejemplo, Christopher DAWSON, The Making of Europe. An Introduction to the History of European Unity, Sheed & Ward, London, 1939), en un momento temporal determinado, toda vez que “lo europeo” es producto de la historia y no delimitación de la geografía. Europa sería así la cultura nórdica del noroeste, cultura de tipo franco, que al expandirse fraguó el sentimiento cultural de “lo europeo”, en contraste con las demás culturas en pugna: con la arábiga de la Península Ibérica, con la bizantina anclada en el Mediterráneo oriental, y con las incipientes maneras de baltos, eslavos y fineses.
“Lo europeo” es, así, un estilo de vivir, un tipo de civilización, una concepción peculiar del mundo, que comprendería —además de las gentes geográficamente europeas— a sus prolongaciones en otros continentes, desde el estadounidense y canadiense en América septentrional, al sudafricano en África o al neozelandés y australiano en Oceanía. En esta opinión, la civilización moderna —sellada con la marca indeleble de “lo europeo”— sería la prolongación histórica del ordenado sistema de pueblos que fue aquella cristiandad medieval que, desde los días de CARLOMAGNO, venía girando alrededor del sol del papado y de la luna del imperio.
El Carlismo no acepta literalmente esta interpretación.

“Europa empieza en los Pirineos”
El Carlismo, siguiendo la enseñanza de los clásicos de las Españas áureas, otorga una importancia decisiva a la ruptura del orden de la cristiandad medieval que tuvo lugar al doblar del 1500. Y, en consecuencia, escinde la tesitura cultural de las tierras de occidente en dos modos culturales bien precisos: la moderna civilización europea, hija de tales rupturas; y la pervivencia de la concepción del mundo pertinente a la cristiandad medieval, en cuanto se prolongó en los reinos hispánicos dentro y fuera de la Península Ibérica —desde Manila a Dola, desde Caller a Lima, desde Nápoles a Lisboa—. Porque es imposible unificar en Europa al occidente de los siglos de la cristiandad que los pueblos hispánicos perpetúan, con el occidente del tipo nuevo del “europeo” moderno.
Se ha repetido hasta la saciedad que Europa empieza, o acaba, en los Pirineos. Y ello es cierto, con tal que no se suponga —con el simplismo de un párvulo recién alfabetizado— que después de Europa en los Pirineos comienza África. Pues lo que empieza en los Pirineos es el occidente pre-europeo: una zona en donde aún alientan vestigios tenaces y arraigados de la cristiandad, que allí se refugió después de que fuera suplantada en Francia, Inglaterra o Alemania por la visión “europeizada”, o sea, moderna y secularizada, de las cosas.
Pues es lo cierto, que Europa no nace en el círculo de CARLOMAGNO, restaurador del imperio cristiano en jerarquización orgánica de pueblos, luego continuada por los emperadores germánicos. Europa nace, por el contrario, al conjuro de las ideas llamadas por antonomasia “modernas”, en la coyuntura de romperse el orden cerrado del medievo-cristiano. La Edad Media de occidente desconocía el concepto de Europa, culturalmente entendida como “lo europeo”, porque sólo sabía de su antecesor, el concepto de cristiandad.

“El sol y la luna”
La cristiandad concibió al mundo como agrupación jerárquica de pueblos, entrelazados con arreglo a principios orgánicos en la subordinación al emperador y al pontífice, los dos astros de S. BERNARDO DE CLARAVAL. Y esto fue algo muy real, pese a que tuerzan el gesto quienes desconocen lo que discuten.
Numerosas herejías no inquietaron nunca el cielo teológico a donde alzaba los ojos una multitud transida de fe. Enconadas luchas no obstaron a la unidad de los sentires. Por encima de los nubarrones se encendía la claridad de un ansia de hermandad, azuzada cuando el contraste con los enemigos de Cristo enardecía a los pueblos de frontera, como en Hispania, o a los de tierras centrales hechos cruzados en Palestina. Dentro de la cristiandad, la superioridad del imperio era reconocida por los príncipes, reyes y señores. Dentro de cada señorío los hombres se ordenaban también en escala de gremios, estamentos: en sus calidades nombradas de clérigos, caballeros y populares.
La pax christiana nacía de una fe y una moral comunes, esto es, de dentro de los espíritus, y se garantizaba exteriormente con un encadenamiento de instituciones jurídicas y de sistemas políticos jerarquizados: no de los equilibrios inestables de las alianzas.

(Rafael Castela Santos)

3 comentários:

  1. Caro amigo, é sempre uma alegria ler o melhor do pensamento hispânico, num mundo formatado pelos lugares-comuns anglo-saxónicos! E bem vindo a este espaço!

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  2. Caro Manuel, Caro Miles,

    Muito obrigado pela vossa invitaçâo a colaborar con A Cigarrilha de Chesterton.
    Parábens pelo blog.
    Grande abraço em Cristo Rey,

    RCS

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